Una buena percha, una sonrisa permanente, un curso de kinesia o lenguaje corporal, unas cuantas horas dedicadas a estudiar los discursos de Obama y, sobre todo, un discurso tan lleno de emociones (“mis abuelos, mis padres, mi mujer, mis hijas…”) como vacío de programa político, sin salirse un milímetro de lo políticamente correcto.
Fernando Collor de Mello alcanzó la presidencia de Brasil por sufragio universal. ¿Sus méritos? Una buena planta y el apoyo descarado de Globo Televisión y otros medios propiedad de su familia. Una cara nueva llegaba a la presidencia, pero para seguir las viejas prácticas de corrupción, sobornos, nepotismo y las políticas neoliberales privatizadoras.
Han pasado 24 años desde la elección de Collor de Mello. En este tiempo, hay quien reduce el pensamiento político y filosófico a los 140 caracteres de un tuit. El éxito es colocar un titular en el telediario más que transformar la sociedad. La ciudadanía se aleja de una política de conjunto vacío cuyos elementos suman cero.
Quienes creemos que el poder está en los ciudadanos somos conscientes del riesgo de la manipulación por parte de empresas audiovisuales, de gabinetes de prensa o de expertos en comunicación. Cuando la política se convierte en un envoltorio, la gente se aleja. Más programa, menos sonrisas.